viernes, 13 de julio de 2012

Crónica Triatlón IM Frankfurt 2012

IM Frankfurt 2012. 08/07/2012

Resulta difícil escribir la crónica de una prueba en la que se han empleado 7 meses de entrenamiento. Sobretodo porque el día de la prueba se pone en juego un sinfín de sentimientos y expectativas  que han estado fraguándose durante todo ese tiempo. Por ello, cuando sonó el despertador el domingo a las 3:45 am, no sentía ni sueño ni cansancio, solo vértigo ante el inminente desenlace de la película de estos últimos meses.

Los días previos fueron días de viajes, nervios, dudas, de planificación….y también de cervezas y de comidas hasta la “cencerreta”, no va a ser todo penar, y ya que estamos en suelo bávaro vamos a hidratarnos como mandan los cánones.
Los preparativos para una mega prueba como esta son mega cansinos: las bolsas de las transiciones, el cheking de la bicicleta, el desplazamiento al lago para entregar todo, la charla técnica….uf, hay que hacerlo sin prisa pero sin pausa porque te consume un día completo. Si algo bueno tiene es que te agota hasta el punto de acostarte prontito el día de antes e incluso poder dormir a pesar de los nervios.

A las 4:30 a.m. estábamos en la puerta del hotel Francis, Andrés, Óscar y un servidor listos para comenzar el trajín. El desayuno escaso, porque no me entró gran cosa esa mañana a pesar de los intentos de comer más y tener como consigna de la carrera hidratarme y alimentarme de forma muy correcta, tal como me había enseñado y recalcado mil veces Francis.
A las 5:00 viajábamos en los autobuses camino del matadero. Silencios y miradas perdidas.
La primera alegría del día me la llevé al comprobar que podríamos utilizar neopreno. Bien. Un miedo menos.
Revisión del equipo, nervios, globeradas varias, escuchar muy atentamente a mi vecino de boxes durante dos minutos en ingles sin entender ni papa, irme, volver, revisar, irme, volver, revisar…lo normal en un tio tan seguro como yo. Ya no reviso más,  directo a  la línea de salida junto a Francis al que ya no vería hasta la línea de meta.
La vista del lago es impresionante. 3000 zumbados metidos en el agua esperando el bocinazo de salida y en un golpe de vista distingo a mis otros dos compañeros, Óscar y Andrés. Nos abrazamos y nos deseamos suerte. Al lío.
Himno nacional y bocinazo, empieza la fiesta.
Mantecados a granel, para todos los gustos: collejas, codazos, bofetadas y hasta dedos en la nariz. Como soy cansinamente precavido salgo de muy atras. Atasco monumental y no consigo ni ritmo ni algo que se asemeje a nadar. Tengo que pasar por encima de los que llevo delante para buscar un “charco” libre. No me lo pienso y yo también me dedico a repartir collejas y a meter codos, hombre ya, que este lago es muy grande y hay agua para todos.
Las boyas se ven perfectamente, son enormes, y como es imposible seguir el camino de los bandarras que llevo delante, la táctica se limita a dar colleja a derecha e izquierda y luego vista al frente para no perder rumbo. Poco a poco la cosa se estira, se acaban los mantecados en plan barra libre y ahora sí, ahora se nada. El agua está a temperatura ideal, y el neopreno ayuda a deslizar una barbaridad.
La primera vuelta se hace rápida, salida a tierra y vuelta al agua a completar la segunda. Ya no hay agobio, el ritmo es bueno y no fuerzo, mentalmente voy visualizando la transición que se me viene encima.
Y también “visualizo” las nubes: cada vez más negras y con remolinos sospechosos.
La salida de la natación impone, nunca he salido entre tanta gente animando. Hay una pendiente muy inclinada para llegar a boxes, pero ni me entero. Veo a Marisa con la cámara de fotos. Qué lujazo contar con ella y Cecilia en estas carreras.
Justo en la transición comienza la lluvia. No llevo reloj, no sé ni el tiempo que he hecho, ni me importa. Es más, como me voy meando, me paro en un urinario y hago lo propio.
Transición cómoda, y tras decidir qué me pongo, qué me dejo, y como es normal, equivocar la elección, salgo con la bici al ataque.
En los primeros metros de bici me pasa Andrés, nos deseamos suerte y me recuerda la prudencia con el suelo mojado.
Y tanto.
Unos kilómetros después me alcanza Óscar, enfrascado en su cabra, como un tiro.
Los primeros kilómetros se ruedan cómodos y a velocidad alta (35,5 km de media), pero es solo un espejismo. La lluvia arreció hasta convertirse en un verdadero diluvio donde ya no se sabía si se rodaba o se nadaba: impresionante manta de agua de forma continuada. Normal que estos payos tengan semejantes ríos. Las caídas que veo me producen dolor ajeno y se impone la prudencia, que en mi caso se llama mieditis. Lo importante es terminar, así que voy muy centrado en los giros y cruces (muchos)
El recorrido es entretenido, la animación espectacular, pero no es un trazado llano. Hay continuas subidas alternando con bajadas muy prolongadas y falsos llanos.
La primera vuelta estuvo marcada por el agua, y el final de esta y toda la segunda por el viento que se desencadenó tras la lluvia y que hizo de algunos tramos un auténtico calvario.
El mío particular comenzó sobre el km 150 en el que mis lumbares decidieron ser protagonistas de otra crónica. Si la única forma de avanzar era ir acoplado y meter riñones contra el viento, hacerlo con las lumbares chillando no fue lo más divertido de la carrera. No quise pasar por otra pesadilla como en Elche, así que me deje llevar al pedaleo fácil y me dediqué a tragar barritas y beber energéticos mientras me adelantaban corredores a mansalva, yo creo que todos los de esta edición y parte de la del año que viene. Qué barbaridad !!
Me pasaron de todo tipo: bicicletones galácticos, normalitos, los que habían caido o pinchado, globeros, chicas, cosas raras, abueletes. Faltaba el del carrito de los helados. Mi llegada a T2 fue como el rosario de la aurora, rezando y “entre todas las mujeres”. Pero llegué, y qué llegada. Madre mía.
Yo iba pensando en aquello de que “un ironman es un maratón que se corre en fatiga”. Ahora hay que correr. Uf, Y eso , cómo lo voy a hacer?
No hay que pensar. Sólo dejarte llevar.
Es impresionante. La llegada a T2 se abrió ante mis ojos.
Virginia y mis dos hijos están esperándome para darme ánimos y se me hace un nudo en la garganta. “Vamos, vamos muy bien”. Sólo atino a levantar el pulgar.
 Un voluntario cogió mi bici (bye amiga, llévate las lumbares también), me acompañó a la carpa, me dio mi bolsa de transición , me cambié los calcetines empapados por unos secos y cuando me quise dar cuenta estaba corriendo entre un gentío que abría pasillo, sobre una alfombra roja que te enchufaba al circuito del maratón.
42 km para sufrir, para disfrutar, para pensar.
42 km que se hicieron muy largos o muy cortos, no lo sabría decir.
Sólo sé que corría con muy buenas sensaciones. La animación es espectacular, no hay adjetivos. Esta gente vive el triatlon. Te animan por tu nombre y cada tramo parece que sea una línea de meta. Los avituallamientos son sencillamente impresionantes, completísimos, ordenados, abundantes ( uno cada 1,7 km). El recorrido todo junto al río. Ya no llueve, el sol sale a ratos e incluso hace calor. En la tercera vuelta vuelvo a ver a los míos y les aviso, en poco más de una hora quiero terminar.
Mentalmente divido la carrera en 4 vueltas. La primera es de reconocimiento, se hace más larga. Ahí me pasa Andrés, que va en su segunda. Qué máquina, vaya ritmo lleva. Lo veo fresco y muy enchufado a la carrera. Me da ánimos y continua enfrascado a lo suyo.
Más tarde me pasó Óscar, también en su segunda vuelta, igual que Andrés, fresco y con buen ritmo.
Cuarta pulsera que me colocan. Es la que da acceso a meta. Ya está.
Ya es mío. Quedan dos kilómetros. Aquí ya no se sufre, se ponen los pelos de punta y las piernas van solas. No hay dolor.
Todo el mundo me anima, me llama por mi nombre, me felicita.
Un voluntario me indica el camino: alfombra roja hacia la meta. La puerta al cielo.
Un estrecho pasillo cubierto por una alfombra roja con gradas en ambos lados atestadas de público  conducen a un impresionante arco de meta coronado con una pantalla gigante en la que me reconozco al tiempo que el speaker grita mi nombre al son de la música y los aplausos de la gente.
Veo a los míos, levanto los brazos y cruzo la línea.
Allí están también Ceci y Marisa, con sus cámaras dejando constancia de cada momento vivido y tomando la imagen que más voy a recordar, cuando aparece mi hijo Álvaro por el arco de meta , saltando las vallas del público, corriendo para darme un abrazo emocionado.

Gracias a mi mujer y mis hijos, más de la mitad de esta meta es suya, por aguantarme, apoyarme, y darme la confianza, la fuerza y la estabilidad necesaria.
Gracias a los compañeros del club, a todos, por animarme, aconsejarme y ponerme las pilas.
Y gracias a todos los familiares y amigos que me habéis estado siguiendo el día de la prueba, desde la distancia notaba vuestro apoyo, os lo juro.
No podía faltar el voluntario de turno. Me llama por mi nombre, me felicita, me acompaña a la zona de recuperación y me explica todos los servicios a mi disposición. Huelga decir que le digo que sí a todo sin enterarme de la misa la mitad y más contento que unas castañuelas. Allí están Francis, Óscar y Andrés, y de las cervezas que nos tomamos para recuperarnos os lo contaré en otra crónica.